Cultura Sofista
miércoles, 9 de marzo de 2011
Una historia de este siglo
NACÍ en Santiago, Chile, no recuerdo con exactitud hace cuantos años.
Podría decirse que soy todavía muy joven para poder hablar sobre la vida en general o simplemente de la mía, pero ya soy todo un experto.
Mi vida no ha sido como la de todos, es por eso que llegué a escribirla, porque realmente no es nada parecida a lo común y corriente entre nosotros.
No recibí estudio alguno, nunca conocí a mis padres, incluso a veces llego a pensar que nunca tuve unos. Donde pasé mi infancia y los primeros tiempos de mi vida, hablaban de que tenía un hermano gemelo, pero nunca llegué a conocerlo tampoco.
Todavía recuerdo cuando me pasaba todo el día en la tienda de moda “Falabella”, sin comprar, sólo observando a los tumultos de gente que iban y venían llevándose uno, dos o tres productos que se encontraban en oferta; a otros que, como yo, no hacían más que mirar al resto de la gente y preguntaban precios sin tener la intención de comprar algo, incluso veía a uno que otro sujeto que, disimuladamente, se llevaba cosas de menor tamaño evitando así, vaciar su billetera.
Pero esa época de mi vida pasó, y por un asunto de negocios, conseguí un trabajo doméstico en una casa de alta situación económica. El patrón era un tipo amargado, con los mejores cuidados de otras muchas mujeres que ahí estaban para atenderlo. Me llamaba la atención su ojo tuerto y pata de palo, que resonaba por toda la inmensidad de la casa cuando caminaba. Todos creían que en tiempos antiguos era un pirata.
Así estaba yo, entre una docena de otros que se dedicaban a lo mismo. Pero esto no me complicaba demasiado, como sobraba personal, el trabajo de cada uno era mínimo y al parecer al patrón no le importaba.
Estuve menos de un año trabajando para aquel patrón. Por un tiempo me dediqué a realizar obras de caridad, en menos de una semana ya tenía trabajo en una nueva casa, con el mismo oficio doméstico, pero ésta vez mi patrón era de menos nivel económico y me encontraba solo, cumpliendo trabajosamente mi labor, sin ayuda alguna, excepto de la de un viejo, que casi agonizaba, pero con él o sin él era lo mismo.
Nunca presenté quejas contra mi labor, en realidad nunca tuve tampoco. No recibía paga en efectivo, me mantenían, y eso era todo lo que recibía a cambio.
No tenía grandes necesidades sociales ni económicas, ni tampoco pequeñas. Sin familia a la que proteger, nada. Estaba bien donde me encontraba, a pesar de lo duro que resultaba mi trabajo.
En la casa del patrón trabajaba una mujer que al igual que yo, no recibía paga, al parecer, era la esposa del hombre. Era bastante amable conmigo. Cuando tenía un tiempo libre, cosa no muy frecuente, me dejaba darme baños largos. A veces me pasaba el día entero en la tina, lo que me hacía falta, porque entre trabajo y trabajo no tenía tiempo para el higiene. Ella era como mi madre, me curaba cuando tenía problemas físicos, y cuidaba que me mantuviera limpio, aunque no teníamos una gran comunicación, ella no tenía tiempo.
El trabajo constante y persistente, me causaba daños corporales. Con los años, el patrón empezó a quejarse de que no realizaba bien mi labor, la que realizaba con mis mayores esfuerzos a pesar de mis heridas. Esto me molestó, era casi una explotación, trabajaba día y noche, todo el año, con unas cortas vacaciones en verano, no recibía paga y además él se quejaba.
Al parecer la mujer estaba de acuerdo, y en dos semanas apareció otro que me quitó el puesto. Yo seguía en la misma casa, en un oficio que pudiera realizar con mi estado físico. Ahora barría, trapeaba y me ordenaban limpiar hasta los más pequeños lugares de la casa. Y todavía no recibía paga.
Tiempo después no resistía ni ese trabajo, por lo que terminé en la calle. Ahora que lo pienso creo que tengo el don del trabajo, pues aunque no me esforcé mucho por encontar uno, en poco tiempo había conseguido un oficio semejante a los anteriores.
Antes de terminar con ese último oficio, mis propios patrones, me internaron en un centro de rehabilitación, para los que tuvieran menos recursos. Ahí estuve un tiempo indefinido inconscientemente. Hasta que me dieron de alta y comencé a trabajar nuevamente en lo mismo.
Mi vida hasta ahora parece miserable y lo era.
Me usan. Soy como un don nadie, que va de un lado hacia otro, realizando múltiples oficios, desde gásfiter hasta barrendero.
A pesar de los giros que ha dado mi vida nunca he logrado salir de eso. Ahora me paso los días arreglanto asuntos en las cañerías, esperando un oficio mejor y más a la altura de mi clase.
Pienso en la familia que nunca tuve, en mi madre que nunca conocí al igual que mi padre. Y mi hermano perdido, o quizas el perdido soy yo. De todos modos creo que el día de mi muerte esta muy cerca. No se vive demasiado en mis condiciones, incluso creo que he vivido más de lo que cualquiera como yo podría haberlo hecho. Tanto que ahora me llaman Número Uno.
Ya recuerdo el nombre de mi hermano que decían que yo debía tener. Le decían algo como
Manuelito.
No, no era eso, era... Ay! casi lo tengo... Ah! sí, Moletto.
Testimonio de un calcetín humano, 2002.
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1 comentario:
Que excelente cuento! creo que ya lo había leído antes.
Me intrigaba el porqué lo echaban de cada lugar, pero al final entendí que era mejor no explicarlo.
Maravilloso final, o maravillosa revelación al final, cuando te das cuenta que era un calcetín y no un humano. O mejor dicho, un calcetín humano.
"La adivinanza hecha cuento"
Times.
"La escritora que nos hace querer volver a ser niños"
García Márquez.
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