lunes, 20 de junio de 2011

Discusión Appassionata


ANOCHE, mientras trataba de concentrarme en mis anotaciones sobre una exposición del comportamiento mamífero, al tiempo que me tomaba una o diez tasas de té acompañado de una tostada con mantequilla, que mucha compañía no me hacía más que observar como rayaba la mitad de cada párrafo que lograba redactar, me vi más atento a la disputa que agitaba a mis vecinos del 22 F que a la diferencia entre domesticación y explotación.

Creo que capturaron mi atención cuando él levantó la voz ya muy sobre la media, de modo que pude escuchar con claridad el contenido de sus ladridos y alaridos, minuto a minuto, segundo a segundo:

http://www.youtube.com/watch?v=sugD-DUZMQo&feature=related

(0.00) ¡IMPÍA! ¡TRAIDORA! ¡Cómo se te ocurre que puedo tolerar semejante atrocidad bajo mi techo!

(0.07)Y luego escuché el clamor de ella, ya menos perceptible, pero me parecía que le suplicaba que comprendiera, que tuviera compasión, mientras trataba de explicarse con un sinfin de argumentos que se ahogaron (0.13) en la respuesta testaruda de su marido. (0.18) Ella comienza a discutir ya sin suplicar, aclarando su defensa y él le responde cortante, hiriente y poco relexivo. (0.25) Ahora el comienza a argumentar y ella es quien le rebate con exasperación interrumpiendo su discurso (0.32). Ambos comienzan a verborrear y sus argumentos, excusas y ataques se pierden en un pequeño torbellino de palabras maliciosas. De repente se escucha su ofensiva, luego la de él, pero no se escuchan, cada uno está en un desahogo personal que no parece llevarlos a nada.

(0.44) En un momento ella le empieza a exigir que le ponga atención, que concluyan el bullicio, que no se están entendiendo, mas el continúa su iracundo monólogo. (0.56) Vuelven a sumirse en una cascada de improperios y argumentos que parecía que brotaban desde los más remotos rencores que ambos corazones tenían guardado del otro (1.06) hasta que ella se soprepone levemente a la voz de su marido ya sin gritos, sino implorando con voz angustiante que detengan la lid, tratando de hacerle recordar lo que ambos aún sienten por el otro, repitiendo en medio de súplicas lastimeras que es suficiente, haciéndose luego más potente su réplica y exigiendo fin al pleito.

(1.14) Sin embargo, no se entienden y vuelven a hablar el uno sobre el otro, mas esta vez sin tanto bullicio cual si cada uno estuviese reiterando los argumentos para sí mismo, como si estuviésen verificando que tienen sentido, como pregutándose por qué, entonces, no lo comprende el otro. Todo en medio de exasperación que termina en un griterío mutuo. (1.24) Es entonces cuando la voz de ella se impone, aparentemente al borde de perder por completo la paciencia, aparentemente desvainando con todos los ataques más hirientes que hasta ahora se había mantenido, quizás por precaución, bajo la manga, a los que él responde enérgicamente defendiéndose, apelando a la infamia ¡Eso nunca ha sido así!, mas ella continúa, y la respuesta de él se hace más enérgica y categórica, al punto de no dejarme escuchar si quiera la catarata que, a esas alturas, era la voz de ella, él aumentaba el nivel de voz, haciéndola callar, semi exigiendo, semi suplicando. (1.37) Se calla.

Solo escucho el contunuo discurso despechado de la vecina que termina con los ataques ahogados, finalmente, en un murmullo furibundo y desesperanzado de su compañero (1.41) el que, a su vez, se pierde, acongojado.

El cansancio parece haberles calmado la ira, pues continúa ella apresurada pero ya sin gritos ...pero por qué entonces... (1.43) sin entender los detalles, asumo que le reitera el contenido de sus actos que a ella la sacan de quicio. (1.44) El los niega No es así. Nuevos relatos implorosos de ella. No es así, no es así, no-es a-sí.
(1.50) Levanta un poco ella el volumen y el timbre de voz y vuelven a sumergirse en un caos verborreico que no concluye. (2.04) Cómo sigues en eso, lo increpa. No es lo mismo, responde. ¡Cómo no ves que es lo mismo!, le reitera. No es lo mismo, insiste él y explica.

(2.14) La explicación no debió ir por al camino correcto, pues ella le contesta molesta. (2.18) No. Esta vez es él el que se hunde en conceptos y porqueses acelerados, sin rumbo ni dirección (2.28) que ella, observando el desboque, intenta acallar (2.33) hasta gritarle por su nombre en un llamado demandante a volver al eje de la discusión. (2.34) ¡Y es que no te parece ahora... enuncia él sin callarse ante la moción que so le imponía (2.37) a modo de respuesta irónica, enrostrándole sus mismos errores en interrogantes y comentarios crueles, fríos y sarcásticos, sonriendo con satisfacción -presumo- el efecto que sus bien escogidas palabras y formas tenían sobre ella. Para mí semejante silencio solo significaba una cosa: dolor.

(3.09...) Sobreviendo a la sádica burla, ella vuelve a la discusión, con menos energía pero de manera sostenida y le echa encima, quizás, la última caballeriza que mantenía escondida y, así, retoman la tónica de la discusión torbellina, caótica, a veces él más potente, a veces ella se imponía. Volvían a enrabiarse, suplicarse, calmarse, a veces incluso llegaron a intercambiar palabras de afecto, sin mucho aporte a la conclusión de la disputa. ¡Tantas penas, angustias, enojos, rencores que se guardaban mis vecinos como para mantener tan extenso combate...!.

(7.07) Me sobrecogió el nivel de antipatía y violencia que llegaron a taner en cierto momento, al punto de pensar si llamaba a la puerta para intervenir, por miedo a que cualquiera de los dos resultara físicamente herido. Pero la puerta no vendría (7.23) Más que la intimidación, lo que me mantuvo en mi lugar fue la curiosidad morbosa de saber cómo terminaría todo ese, dado que él declaraba uno a uno los puntos que parecían ser su propuesta de síntesis y fin del conflicto en un tono autoritario propio del espoco de siglo XVII. No acababa, parecía haber esperado los siete minutos de discusión para decirlo todo de corrido sin interrupciones.

(7.46) No generó síntesis, volvio la discusión desordenada sin racionalidad, con réplicas espontáneas, desesperadas, inútiles. Parecía ella saber lo que se avecinaba -mientras yo me envecinaba, como vecino, como nocivo- (7.56) pues le pedía que lo olvidara todo, que no se pusiera así y él, tajante, ya no, le respondía, es muy tarde, repetía.

Un último río, que no rio último, de amargados porfavores de ella se estrellaron con la impertérrita determinación del hombre, quien continuaba negando y omitiendo sus palabras.

(8.10) Suficiente. Me voy.

El portazo silenció incluso el llanto de la desolada esposa, dejándome sobrecogido e inundado de una soledad que me era completamente ajena, pero que me parece ¡tan mía! desde entonces. Ya no puedo conciliar el sueño, ni concentrarme en redacción alguna por la culpa de un supuesto que me hace cómplice, mcuho más que testigo, de un asunto que por dentro me convenzo cada día más de que no fue más que un simple malentendido.

3 comentarios:

Eärendil dijo...

Qué gran escena has relatado compa. Realmente sucedió en la vida real? en realidad, ha sucedido realmente mil veces. Tal vez en este mismo instante está sucediendo en miles de lugares...reales.

Y qué mejor melodía para acompañar la lectura del relato apasionado. Justo terminé de leer cuando esta acabó...tal cual película...jeje.

Felicitaciones compa. Una vez más me has dejado absorto en la lectura de tus escritos.

Un beso.

j.

Diego Fredes? dijo...

¿Pero lo seguiste segundo a segundo? No es algo que se haya escrito, es lo que decían las notas. Escucha, que te hablan.

Eärendil dijo...

Sí, lo supuse.