martes, 19 de octubre de 2010

Diego Fredes no tiene quien le escriba

A casi treinta años del fatídico día en que se le ocurrió abandonar la causa que incluso en plena juventud consideró una obstinada locura con olor a obsesión sustentada en difusas e intrincadas ideas que no eran más que el anzuelo de su propia caña, se encontraba frente a la máquina de escribir en una sala fría, sin ningún tipo de decoración u orientación, llena de todo pero carente de un todo, sin poder avanzar más de una frase en lo que sería el tercer intento de su ya forzado proyecto de escribir su novela.

UNA novela debía estar inspirada en vivencias y experiencias dignas de ser relatadas, que a sus optimistas veinte años jamás pensó que tardarían tanto en llegar. Ya habiéndose rendido de esperarlas, se había propuesto inventar sobre la base del recuerdo que más sentimientos le indujese, de esos sentimientos que son pura palabra, pura historia e historia pura, y no tuvo más opción que volver al anzuelo.

EL anzuelo le contaba historias que en su conjunto representaban los mejores 7 meses de su vida con una vecindad de 5. Veía pasar senderos vegetados, ríos recónditos y secretos irreproductibles; lágrimas contenidas que se intimidaban frente a los goterones de duchas interminables; una primera sonrisa escabullidiza, itinerante y sorpresiva; campos, pastos, sábanas, terrazas, asientos, calles y bancas; celebraciones heterogéneas con gusto a timidez, confrontación, calidez, acercamiento, nostalgia y revolución; alturas observadoras, melodiosas frente a un mar testigo pero discreto; olores madrugadores, conversadores e irrenunciables; palabras virtuales, reales, difusas y poderosísimas; noches solitarias y abrumadoras inundadas de irreflexiva osadía; tardes lúdicas, inigualables, serenas, perfectas; encuentros inesperados y reacciones impensadas; aventuras fantasmagóricas y anécdotas sublimes; sueños irrumpidos por deberes y complicidad; inflexiones al tiempo y al deseo, desdichadas y desgraciadas; cotidianeidades culinarias, recreativas, inéditas y deliberadamente idénticas; soledades imperceptibles y compañías eternizadoras, motivantes, creadoras; alteraciones incontrolables, alienantes y perturbadoras; rutas silenciosas, agraciadas, anunciando alegrías y pormenores; abrazos inexpertos, indecisos e inconclusos...

FINALMENTE, luego de un suspiro comenzó: "Esos seres, los que pueden cambiar lo indefectible, no existen sino en las novelas y yo existo en la mía, por lo tanto voy a cambiarlo".

1 comentario:

Eärendil dijo...

Así que así comienza tu primera novela Sofía...

Si hubieras leído el mundo de ella, te darías cuenta que ella también cambió la novela en la cual era el personaje principal.

La palabra revolución a veces se deduce de lo escrito, y no es necesario mencionarla, a veces no encaja textual.

Qué alegría y fortuna es poder leer esto como primicia.

Besos.

j.