Vincent tenía ocho años cuando reconoció a Vincent.
La Mami se lo enseñaba cada vez que se topaban con él -ya sea en los supermercados, en la tele, en las revistas, en la calle o en la portada del libro que iba leyendo la señora del lado en el metro-, y le decía "¡Mira, mira, ahí estás tú!" y luego se ponía a divagar entre historias demasiado complejas como para retener, que confundía con los cuentos que le contaban en las noches para que se durmiera, con las historias familiares que la Mamá también compartía con él muy a menudo y con las fantasías que había visto en la tele el día anterior su compañero de banco. Ya a sus veintinueve años, Vincent se preguntaba si se las relataba a él o simplemente le gustaba parafrasear encantada, llegando quizás a olvidarse de que su hijo, mirándola sonriente y sujetado de su mano, tenía menos años de los que ya había detallado estravagantemente durante las cuatro estaciones que separaban el jardín infantil en el que estudiaba y el trabajo la Mamá. Ahí es donde cada jueves ambos esperaban, contando palomas, a que ella terminara su jornada laboral y la de aquél y la de aquel otro y, si tenía suerte, para que no se aburriera la Mami le compraba un helado de invierno, incluso si estaban en primavera.
A la Mamá la veía menos durante la semana, ya que salía a trabajar mucho antes de que él si quiera despertase y, exceptuando los jueves, llegaba de vuelta al departamento mucho más tarde y mucho menos Mamá. A pesar de eso, también de ella escuchó un sin fin de veces el "¿Sabes cómo se llama él?" y las explicaciones correspondientes a la pregunta que, no sabe bien por qué, pero que hasta hoy las recuerda como una maraña de frustraciones de amor.
Gracias a ese especial vínculo con Vincent, tan aclamado por la Mamá y la Mami, es que Vincent era el único niño de su colegio al que le celebraban dos cumpleaños en el año: el veintiocho de agosto, que era el suyo, y el treinta de marzo, que era el de Vincent. La abuela Ligia, siempre que podía, trataba de convencer a la Mami, su hija, que tanta celebración podría llegar a transformar a Vincent en un niño consentido y sin sentido de la responsabilidad, de lo que esta última siempre se reía a carcajadas, pues no había, según ella, un hijo más prolijo y con los pies mejor puestos en el cemento que él, "es sólo una excusa para compartir más con la familia. No sea grave, mamá, sea esdrújula y vívalo, disfrútelo y pájaro" y volvía a soltar una carcajada más bien aguda.
De algún modo muy particular, todas las historias y eventos que Vincent conoció y vivió durante su infancia y adolescencia crearon una relación muy similar a la amistad imaginaria entre Vincent y aquél, hasta el punto en que cierto día, a sus once años, le dió por bautizarlo como su hermano imaginario. Conversaban, jugaban y llegaron a conocerse mucho mejor. Vincent le guardaba un cariño especial a Vincent, no era como los otros amigos que alguna vez había tenido en el colegio. Además de que no lo podía ver, claramente, se daba cuenta que no congeniaban para nada y que sus intereses eran totalmente distintos, sin embargo, por alguna extraña razón le gustaba su compañía y lo carcomía una curiosidad morbosa sin interés profundo el saber más detalles de su pasado. Eran tiempos agradables, recuerda Vincent, era una forma muy satisfactoria de vivir el tiempo muerto.
No mucho después de eso fue cuando la Mamá le reveló la historia del hermano Vincent, y creyó entender lo que había estado sintiendo e imaginando, o, mejor dicho, creó entender, gracias a las coincidencias de la muerte y a las voluntades de su vida.
Ayer, sentado en su oficina mirando la ciudad desde un decimotercer piso, sin poder ni querer concentrarse en el faumérrimo balance que tenía en la pantalla, se acordó de su amigo Vincent, de su hermano Vincent con el que solía conversar en los paraderos de micro y en las noches estralladas antes de dormirse. Le preguntó cómo estaba y no le respondió. Le preguntó por su hermano y no le respondió. Le preguntó por sus sueños y no le respondió. Así que siguió haciendo el balance y luego esperó a terminar su jornada laboral y la de aquél y la de aquel otro.
Antes de subirse al metro, eso sí, cuatro horas más tarde, llamó a la abuela Ligia para recordarle la comida familiar que tenían mañana en la casa.
Cultura Sofista
martes, 29 de marzo de 2011
Cada oreja con su pareja
martes, 15 de marzo de 2011
Sueño sin dueño
Iba ella, más bien incómoda, en su sencilla bicicleta -sin cambios, sin suspensiones, sin luces, sin espejos, sin frenos-, a más de cuarenta kilómetros por hora bajando por esa gran avenida que tenía una inclinación mayor a los treinta grados, suficiente para transformar su osada travesía en un accidente irreversible.
Alcanzó a ver el cambio de luz a la distancia, alcanzó a sentir la aceleración sobre la primera marcha de tanto auto, micro y camión que se encontraba tras el paso de cebra, alcanzó a sentir los gritos de los caminantes y el grosero bocinazo que, eso sí, esta vez cumplía su función.
Abrió los ojos e inhaló profundamente llegando, así, a sus pulmones un olor que sabía a un millón de posibilidades y a ninguna en particular. Miró caras, escuchó voces, pero nada más.
Fue ahí cuando la metáfora se enamoró del semáforo.
sábado, 12 de marzo de 2011
Alas Alfa
ALARGADA la expresión del que espera que lo que está viviendo no es definitorio, que es solo el paso intermedio entre hoy y el dia en que las cosas empiezan a ser como se supone que deben ser, ignorando deliberadamente que no hay tal cosa como un sueño prometido, que no existe el derecho a ser feliz, mucho menos la garantía, que aquél del que uno se compadece puede ser uno y no le día de mañana, sino que ahora mismo, mientras se escribe la palabra autocompasión.
Alambrada la vecindad del barrio de la desolación, sobretodo cuando uno recién se ha mudado. Cuesta salir a pasear, contanimarse a levantarse y recorrer porque sí, respirar hondo y creerse el cuento que nada es tan malo como parece, saludar a través del alambre al vecino por difícil que parezca que éste pudiera saludar de vuelta, recoger el pedazo de periódico o diario o semanario o nadiesabenario que llegó volando desde el exterior y querer leerlo, cual si fuese al esperanza del prisionero del gueto que sólo quiere salir. Mirar hacia arriba y notar que es solo un alambre que es mucho más fácil de derribar que al hambre.
Alharaca vergonzosa el creer que uno importa, el creer que uno siente, el creer que esto es dolor. Comparado con aquel otro o aquella una, esto no amerita ni mil palabras es un espacio libre, abierto pero olvidado. Es una lujosa pérdida de tiempo, una grosera forma de desperdiciar la paciencia de los que sienten de verdad, un abuso de la inequidad para obviar, incluso si es solo por unos días, una verdad que es bastante menos atractiva que la de creerse uno más, con derecho a sentir pena por haber perdido un reloj.
Alarmada la respuesta ante la perspectiva de un corto plazo solitario e incierto y de un largo plazo aún más incierto, por tanto, quizás aún más solitario.
Alabanza inapropiada para el bueno, para el malo y para el feo.
Alasala los temores, los rencores, los pormenores.
A la cama la calma.
A la larga, las ganas ganan.
A la ...
¡Alakazam!
miércoles, 9 de marzo de 2011
Una historia de este siglo
NACÍ en Santiago, Chile, no recuerdo con exactitud hace cuantos años.
Podría decirse que soy todavía muy joven para poder hablar sobre la vida en general o simplemente de la mía, pero ya soy todo un experto.
Mi vida no ha sido como la de todos, es por eso que llegué a escribirla, porque realmente no es nada parecida a lo común y corriente entre nosotros.
No recibí estudio alguno, nunca conocí a mis padres, incluso a veces llego a pensar que nunca tuve unos. Donde pasé mi infancia y los primeros tiempos de mi vida, hablaban de que tenía un hermano gemelo, pero nunca llegué a conocerlo tampoco.
Todavía recuerdo cuando me pasaba todo el día en la tienda de moda “Falabella”, sin comprar, sólo observando a los tumultos de gente que iban y venían llevándose uno, dos o tres productos que se encontraban en oferta; a otros que, como yo, no hacían más que mirar al resto de la gente y preguntaban precios sin tener la intención de comprar algo, incluso veía a uno que otro sujeto que, disimuladamente, se llevaba cosas de menor tamaño evitando así, vaciar su billetera.
Pero esa época de mi vida pasó, y por un asunto de negocios, conseguí un trabajo doméstico en una casa de alta situación económica. El patrón era un tipo amargado, con los mejores cuidados de otras muchas mujeres que ahí estaban para atenderlo. Me llamaba la atención su ojo tuerto y pata de palo, que resonaba por toda la inmensidad de la casa cuando caminaba. Todos creían que en tiempos antiguos era un pirata.
Así estaba yo, entre una docena de otros que se dedicaban a lo mismo. Pero esto no me complicaba demasiado, como sobraba personal, el trabajo de cada uno era mínimo y al parecer al patrón no le importaba.
Estuve menos de un año trabajando para aquel patrón. Por un tiempo me dediqué a realizar obras de caridad, en menos de una semana ya tenía trabajo en una nueva casa, con el mismo oficio doméstico, pero ésta vez mi patrón era de menos nivel económico y me encontraba solo, cumpliendo trabajosamente mi labor, sin ayuda alguna, excepto de la de un viejo, que casi agonizaba, pero con él o sin él era lo mismo.
Nunca presenté quejas contra mi labor, en realidad nunca tuve tampoco. No recibía paga en efectivo, me mantenían, y eso era todo lo que recibía a cambio.
No tenía grandes necesidades sociales ni económicas, ni tampoco pequeñas. Sin familia a la que proteger, nada. Estaba bien donde me encontraba, a pesar de lo duro que resultaba mi trabajo.
En la casa del patrón trabajaba una mujer que al igual que yo, no recibía paga, al parecer, era la esposa del hombre. Era bastante amable conmigo. Cuando tenía un tiempo libre, cosa no muy frecuente, me dejaba darme baños largos. A veces me pasaba el día entero en la tina, lo que me hacía falta, porque entre trabajo y trabajo no tenía tiempo para el higiene. Ella era como mi madre, me curaba cuando tenía problemas físicos, y cuidaba que me mantuviera limpio, aunque no teníamos una gran comunicación, ella no tenía tiempo.
El trabajo constante y persistente, me causaba daños corporales. Con los años, el patrón empezó a quejarse de que no realizaba bien mi labor, la que realizaba con mis mayores esfuerzos a pesar de mis heridas. Esto me molestó, era casi una explotación, trabajaba día y noche, todo el año, con unas cortas vacaciones en verano, no recibía paga y además él se quejaba.
Al parecer la mujer estaba de acuerdo, y en dos semanas apareció otro que me quitó el puesto. Yo seguía en la misma casa, en un oficio que pudiera realizar con mi estado físico. Ahora barría, trapeaba y me ordenaban limpiar hasta los más pequeños lugares de la casa. Y todavía no recibía paga.
Tiempo después no resistía ni ese trabajo, por lo que terminé en la calle. Ahora que lo pienso creo que tengo el don del trabajo, pues aunque no me esforcé mucho por encontar uno, en poco tiempo había conseguido un oficio semejante a los anteriores.
Antes de terminar con ese último oficio, mis propios patrones, me internaron en un centro de rehabilitación, para los que tuvieran menos recursos. Ahí estuve un tiempo indefinido inconscientemente. Hasta que me dieron de alta y comencé a trabajar nuevamente en lo mismo.
Mi vida hasta ahora parece miserable y lo era.
Me usan. Soy como un don nadie, que va de un lado hacia otro, realizando múltiples oficios, desde gásfiter hasta barrendero.
A pesar de los giros que ha dado mi vida nunca he logrado salir de eso. Ahora me paso los días arreglanto asuntos en las cañerías, esperando un oficio mejor y más a la altura de mi clase.
Pienso en la familia que nunca tuve, en mi madre que nunca conocí al igual que mi padre. Y mi hermano perdido, o quizas el perdido soy yo. De todos modos creo que el día de mi muerte esta muy cerca. No se vive demasiado en mis condiciones, incluso creo que he vivido más de lo que cualquiera como yo podría haberlo hecho. Tanto que ahora me llaman Número Uno.
Ya recuerdo el nombre de mi hermano que decían que yo debía tener. Le decían algo como
Manuelito.
No, no era eso, era... Ay! casi lo tengo... Ah! sí, Moletto.
Testimonio de un calcetín humano, 2002.
viernes, 4 de marzo de 2011
La defensa de Misha
A MISHA le contaron de otra forma la Defensa del poeta, esa defensa llena de pura indignación pura, de verdades reprobadas por algunos, pero bien dichas y escritas.
Mientras sus ojitos se hacían cada vez más negros por la atención, descurbió que él era su padre, que él era su defensor.
"Por qué te entregas a esa piedra
Niño de ojos almendrados
Con el impuro pensamiento
De derramarla contra el gato.
Quien no hace nunca daño a nadie
No se merece tan mal trato.
Ya sea blanco y pensativo
Ya melancólico y naranjo
Debe ser siempre por el hombre
Bien distinguido y respetado:
Niño perverso que lo hiera
Hiere a su padre y a su hermano.
Yo no comprendo, francamente,
Cómo es posible que un muchacho
Tenga este gesto tan indigno
Siendo tan rubio y delicado.
Seguramente que tu madre
No sabe el cuervo que ha criado,
Te cree un hombre verdadero,
Yo pienso todo lo contrario:
Creo que no hay en todo Chile
Niño tan malintencionado.
¡Por qué te entregas a esa piedra
Como a un puñal envenenado,
Tú que comprendes claramente
La gran persona que es el gato!
...
Piénsalo bien y reconoce
Que no hay amigo como el gato,
Adonde quiera que te vuelvas
Siempre lo encuentras a tu lado,
Vayas pisando tierra firme
O móvil mar alborotado,
Estés meciéndote en la cuna
O bien un día agonizando,
Más fiel que el vidrio del espejo
Y más sumiso que un esclavo.
Medita un poco lo que haces
Mira que yo te estoy mirando,
Di a Nicanor que te perdone
De tan gravísimo pecado
Y nunca más la piedra ingrata
Salga silbando de tu mano."
Una vicita en homenaje al gestor y al contenido vicitado, sin vienesa, claro, pues ya no vienes a... a... a... aquí.