sábado, 20 de junio de 2009

No a la Segunda Minuta de Oro


En la abadía el dogo rebasa la copa, acopla el orar, un luto y no el ósculo... se casaba Domingo Lazo Díaz, sin aminorar un minuto al minino minúsculo que alzó entre las llamas, mas ya no quedaba otro recuerdo del fétido cadáver, que aún hedía, del amor de su esposa que aquél que en llamas ardía y casi fundía, tal amor a quien, hasta en el altar en que atarla pretendía, ella recordada y además, él sabía, su amor por él no cedía.
La destructiva sensación del celo lo cegaba, al que infructuosamente evadía con esforzada rebeldía aún aśi no podía, mas no se rendía y que se fuera pedía, los estribos perdía, acto seguido: desenvaina y ataca, con vergüenza tardía.
Ella con un disimulado pavor sigilosamente le advierte: "No jueves con la vida de quien amas, no harás más que odiar a diario recordando a quien amaras; tampoco te martes en vano, no vale la pena perder la vida por esto. Si viernes a este lugar amargado e insatisfecho es porque tu propia voluntad alimenta tu desdicha. Date cuenta que te quiero, sobretodo en la oscuridad de este día festivo. Ahora y siempre espero que oscurezcas mi sabadomingo y mi lunes ilumines... Te quiero, insisto, no te martirices que recién es hoy".

Al verlos ahí inocuos, por cierto, débiles y tan peligrosamente expuestos, acercóseles, abrasoles, cuidoles y miercoles.

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