Mi buen Basilio, el más claro de los oximorones.
Cultura Sofista
lunes, 24 de agosto de 2015
domingo, 2 de agosto de 2015
De mujeres e irracionales
-¿Y va muy cansado el caballero que no se levanta a darle el asiento a una mujer con una niña en brazos?
Así me salvó la vieja iracunda. Se robó mi atención y la de varios pasajeros que, como yo, no tenían nada mejor que hacer que dejar de reclamar invisiblemente contra hechos que sabíamos de antemano que íbamos a tener que soportar, pero ante los cuales la testaruda soberbia siempre ha podido más que la sabia resignación.
Era una señora mayor, cargada de bolsas con las que no podía colaborar su hija, ocupada en atender a la suya que dormía en brazos hasta que su abuela la despertó del sueño y de la sumisión.
De mala manera y con sorpresiva agresividad, responde el único hombre sentado, el evidente interpelado:
-Estoy cansado, porque vengo saliendo de más de ocho horas de trabajo-.
-¡Ah! De veras que yo vengo de vacaciones- ataca la vieja, con justa indignación e hiriente sarcasmo, que solo con la verdad de su parte podría conjurar.
-Entonces pa qué alega, vieja culiá-. En este punto, ni los más ensimismados, ni los más respetuosos, ni los más ocupados pudieron evitar abandonar audífonos, libros y celulares para hacerse parte del circuito espontáneo de teatro callejero que nos cacheteaba su programación.
-¿No ve que esa niña podría ser su hija? ¿No ve que esa mujer podría ser su señora?-.
-¡No tengo señora!
-¡Con razón!
Todo el metro se rió. Vaya uno a saber si simplemente por la inesperada respuesta de la vieja o con la manifiesta intención de humillar al hombre aquél, el ser más odiado del vagón. Sin embargo, quebrada la tensión del comienzo hubo un tercero que aprovechó la situación para desahogar su rabia contenida que nada tenía que ver con la vieja, ni con el interpelado, ni con el metro:
-Parece que no es na hombrecito. A ver si lo arreglamos a combos pa que aprenda el cobarde.
-Que se quede sentado no más - siguió la vieja - si el no se preocupa por nadie, que nadie se preocupe por él.
Acosado, atacado, acorralado, el interpelado se levanta irracional en un amague difuso demasiado parecido al de querer pegarle a la vieja. Simultáneamente, una agitación a base de más gritos que hechos nos dejó inmóviles. El provocador transmitía en su propio dial, la vieja no echaba ni un pié atrás y volaban las amenazas que se acababan antes de empezar. Hasta que Ella entró a la escena.
Su herramienta fue la incertidumbre y una sublime altura de miras. A pesar de eso, el juicio de las miradas le hacían arder la piel. No hubo más agresiones del hombre interpelado porque Ella las impidió. No hubo más provocaciones gratuitas porque Ella las anuló. No hubo más odio irreflexivo porque Ella lo disolvió. No hubo espacio para cobardías porque Ella lo eliminó. Y no hubo más dudas hipócritas porque Ella las despejó.
Se bajaba ya el telón del cuadro cuando la vieja, aunque más cauta que antes, igual se impacientó:
-¿Cómo puedes defender a ese hombre que no es capaz ni de conseguirse una esposa?
-No se meta usted, señora, que la esposa de éste soy yo.
lunes, 22 de junio de 2015
Hoy por mí, mañana por mí
Tus codos en el suelo nunca me molestaron, realmente. Tu nunca en mi talón, nunca la percibí. Es que yo me quedaba con tu cuello en mis labios, tu lengua en mi lengua y tu corazón en mi tórax.
Me cuesta entender el descontento cuando pienso en la tranquilidad de tu mejilla en mi pecho, el agrado de tu palma en mi hombro, lo reconfortante de tu mirada en mi espalda. Sobre todo cuando me concentro en tu accesibilidad permanente de brazos dispuestos, piernas solidarias y frente inclinada.
Te digo que no lo entiendo porque te conozco y sé que eres fuerte, porque salimos adelante relevando manos y entrepiernas, los espacios de encuentros que tuvimos. A pesar de ese entrecejo atento a tu pulmón bajo mi garganta, tu garganta bajo mis intestinos, mi rodilla sobre tu cabello y mi inconsciencia sobre tu conciencia, aprendimos a continuar.
Pero a mí también me duele que te cueste reconocer que mi médula también incurrió en sacrificios. Te olvidas de que me propuse tener gratitud de tu memoria en mi existencia y paciencia a tus entrañas en mis muñecas. Quizás no lo logré, pero en tu síntesis pareciera que ni si quiera lo intenté.
No te culpo por ello, porque recuerdo con simpatía tu compañía y la valoro sin igual.
Por todo esto espero que no actúes intempestivamente, que reflexiones sobre lo que es mejor para ambos y que no desenfundes un rencor innecesario tras el pico en el ojo que te dejo como legado.
Te quiero mucho.
Exceso
Y te recuerdo mucho más a menudo de lo que recuerdo.
Y te quiero mucho más profundamente de lo que quiero.
Y te espero mucho más testarudamente de lo que espero.
Y te tolero mucho más flexiblemente de lo que tolero.
Y te escribo mucho más honestamente de lo que escribo.
Y te extraño tanto más permanentemente de lo que ya es extraño.
domingo, 5 de abril de 2015
El otoño sin patriarca
domingo, 15 de febrero de 2015
Febrero es la madre del orfebre
ESTOY ahí, aunque no lo percibas ahí estoy, entre la crema y el olor a humo de velas recién apagadas habito. Me asomo en la pieza detrás del barullo, asecho tu sueño aunque aún a escondidas y a tu libido muerta exito. Un puente colgante de obsequios y escenas entre tú y tus incontables silencios genero. Con abrazos invisibles, entre jóvenes y viejos, a tu mirada insondable animo. Palabras de ternura tan mudas como envidiadas a través de los manjares modulo. El tiempo que transita entre la cháchara monótona, la fría certidumbre y la contensión necesaria calculo. Con forzada naturalidad, entrenada fortaleza y bromas de aliento termino.
Ya todos se han ido, incluso tú, tus fantasmas y tus rizos. Sólo quedan las cosas, la casa y los hitos. Y yo, tan pasajero como anecdótico, al igual que las veintisiete mil palabras, los doscientos setenta saludos y los dos mil setecientos pasos que di en ese lugar.
Me acerco a la mesa y los trescientos veinte grados de crema y bizcocho ultimo, esperando cambiar el sabor de la autocompasión que viene a golpear mi puerta luego de que tu mano nunca lo hizo. No lo logra el manjar, no lo logra la harina, pero de satisfecha insatisfacción vomito. Espero en cuclillas el brebaje hecho carne que neutralice el ph del pasado y que la acidez de las decepciones limite. Y me sigo comiendo la misma fortuna que algún día tu boca -más sonriente y más soñadora, pero igualmente plateada-, alegremente mascara.
***
Estoy ahí, aunque no lo percibas ahí estoy, ahí mismo donde tu juventud algo más acompañada habitó. Aquella a la que una versión más joven de mi mismo, sin esmero ni ciencia, simplemente exitó. A quien tantos obsequios e ideas, un cariño generó y que abrazos más visibles, por un tiempo, animó. Ese alguien que, igualmente, las palabras de ternura moduló y el tiempo transitable entre la monotonía, certidumbre y despedida calculó. Y que con forzada naturalidad, entrenada fortaleza y mensajes de aliento terminó.
Cuando ya todos se fueron, sobre todo tú, tus fantasmas y tus rizos, sólo quedaron las cosas, la casa y los hitos. Y yo, tan pasajero como lo anecdótico que fue que eras tú, y no yo, el pasajero.
Los trescientos veinte grados, de libertad esta vez, la paciencia ultimó. De anhelo, osadía, cólera, ímpetu y arrebato, mi cerebro vomitó. El futuro limité, llamando al polvo que, mucho antes que una mano golpee la puerta, esta historia mascará.
***
Estoy ahí, aunque no lo percibas ahí estoy. Entre julio y febrero ya no es costumbre, es hábito. Introspectivamente observo y no es azar, no es derrota, no es nada, es éxito. Aquí estamos todos, de hecho, mis días, mis letras, mi espacio, mi especie, mi género. Un lugar reservado, saludo certificado, un abrazo insondable de ánimo. Ternura, envidia y manjar con pasado, bienvenido el nuevo módulo. Sin cháchara monótona, sin ningún tipo de certidumbre, sin normas, sin restricciones, sin expectativas, sin cálculo. Sin forzada naturalidad, sin entrenada fortaleza, sin bromas de aliento y sin término.
Ni fantasmas ni rizos ni cosas ni casas ni hitos. Sólo pasajes y anécdotas.
A trescientos veinte grados estoy, tras un bizcocho de crema que sé que no será el último, contigo sentado algo lejos, pero escuchando. Con insatisfecha satisfacción y sin vómito. A sabiendas de quién es el brebaje, quién es carne, y que la acidez de la decepción tiene límite. Y me sigo comiendo la misma fortuna, tan sonriente, soñadora, dorada, plateada, cobriza y brillante como lo es tu nombre, tu sello, tu recuerdo, tu máscara.