sábado, 29 de marzo de 2008

No es necesario convencerse para ser feliz

Un sonido protagonista de mi molestia no quiere dejar la escena, la misma en que una majestuosa y enorme figura negra salta, rozando apenas la reja de igual color para sentarse en el pasto y comenzar a lamerse. Ella, ya agotada su paciencia hacia las convenciones tras una centena de generaciones que han nacido y muerto frente a su longeva calidad de ser humano, se acerca a la reja y la cierra, sigilosa y maliciosamente. Cuando ya logra su plan, le echa llave y se burla de él. "Ja, ja", le dice auténticamemente. Nadie la ve, nadie la oye. Ella le habla al gato, quien continúa lamiéndose, omitiendola. A ella, que le pertenece.

Continuará...

martes, 18 de marzo de 2008

¿Cuántas manos menos tienen los minos que los monos?

Hay que liberarse y leer el enunciado sin considerarnos.

Respuesta: 10^-6.

Atentamente,
Diego y Ego.

Continuará...

viernes, 14 de marzo de 2008

Inconclusiones: Premeditaciones

Llego a la plaza, escojo la banca más esquinada: Mayor espectro de visión. Espero tranquilamente jugando osadamente a ser yo bajo la amenaza de que llegue él y me vea al descubierto haciendo lo equivocado.
Mi conciente fugaz nota algo y se molesta. He pensado en que llegaría. Ya es muy tarde. Mi coincidencia está arruinada. No llegará.
No llega. Pero aquí estoy y aquí me quedo.
Varios minutos han cumplido su labor y bajo el peso de la resignación, me cuento una historia de tal gracia que río abiertamente, peligrosamente expuesto. Y aparece él con su atuendo de todos los días, simulando indiferencia.
Qué ingenuo, como si yo no supiera que él sabe que estoy aqui y no en otro lugar sino para observarlo.
¿O es que no lo sabe?.
No aún. Hoy sólo es testigo de un hecho muy simple: Yo, en la banca más esquinada de la plaza, formando una línea recta con su observada figura. Además, él sí cree en las coincidencias, y no ha aprendido a especular.
No aparenta indiferencia porque sienta mi atracción, razón suficiente para ruborizarlo y avergonzarlo, sino porque esta mirada desconocida y habitual -que lo conoce y lo acecha rutinariamente- lo hace sentir inestable, débil y sumiso.
No me rechaza, me teme irrefrenablemente.

Continuará...

sábado, 1 de marzo de 2008

Epitafio Bajo Cero

Asunción reflexionaba sobre los hechos que marcaron su juventud, aún cuando sabía que aquello no contribuiría a la sobreposición que esperaba alcanzar sobre la angustia que la ahogaba ese verano.
A pesar de que no se consideraba una mujer de emociones fuertes, si alguna vez había de odiar algo, ese algo sería el verano. El calor, el color, la felicidad infantil, las vacaciones y la desnudez. Todo, la hacían experimentar el más amplio de los espectros del desagrado. Las calles vacías por la desocupación capitalina de los veraniantes, no osaba, en su subjetivo conciente, asemejarse al de las oscuras vías despejadas por el miedo de los transeúntes a la sucia y helada lluvia santiaguina de otras temporadas.
Recordaba, cada vez que caminaba pisando fuertemente las posas de la vereda para salpicar tanto como la fuerza de sus suela se lo permitiese, que existe un límite perceptible entre la preocupación racional por no humedecer las prendas que acogen las extremidades y la relajación que produce el placer de sentir el agua en cualquier parte, de vivir la libertad del irracional, de dejarse mojar hasta el esófago. Traspasado ese límite -decía- no hay mejor ni mayor placer que compartir ese momento con una idea o persona, al punto de no sentir el frío que el invierno hereda del otoño para enfatizar el contraste entre los diez y los treinta y siete grados. Frío que es rápidamente initimidado por la auténtica calentura original que solo las noches de su invierno eran capaces de interpretar. Ella cambiaba el sol, las playas y todas las sandías de este hemisferio, por la incomparable privacidad que la noche y la lluvia le brindaban en las calles de las más multitudinaria ciudad.
Seis veces once años después, aún le guarda rencor a la casualidad. No olvidaría jamás la noche en que conoció y dejó a Ian Moose en la misma banca a la que regresaría cada 11 de noviembre solo para notar que su esperanza se había transformado en ingenuidad.
No aprendió de sus errores, como nunca aprendió que 11 es raíz de 121.
En su vida visitó la embajada, y murió con la pesadumbre de quien que arrastrando una carro en subida, éste desea ir en bajada.

Continuará...