Asunción reflexionaba sobre los hechos que marcaron su juventud, aún cuando sabía que aquello no contribuiría a la sobreposición que esperaba alcanzar sobre la angustia que la ahogaba ese verano.
A pesar de que no se consideraba una mujer de emociones fuertes, si alguna vez había de odiar algo, ese algo sería el verano. El calor, el color, la felicidad infantil, las vacaciones y la desnudez. Todo, la hacían experimentar el más amplio de los espectros del desagrado. Las calles vacías por la desocupación capitalina de los veraniantes, no osaba, en su subjetivo conciente, asemejarse al de las oscuras vías despejadas por el miedo de los transeúntes a la sucia y helada lluvia santiaguina de otras temporadas.
Recordaba, cada vez que caminaba pisando fuertemente las posas de la vereda para salpicar tanto como la fuerza de sus suela se lo permitiese, que existe un límite perceptible entre la preocupación racional por no humedecer las prendas que acogen las extremidades y la relajación que produce el placer de sentir el agua en cualquier parte, de vivir la libertad del irracional, de dejarse mojar hasta el esófago. Traspasado ese límite -decía- no hay mejor ni mayor placer que compartir ese momento con una idea o persona, al punto de no sentir el frío que el invierno hereda del otoño para enfatizar el contraste entre los diez y los treinta y siete grados. Frío que es rápidamente initimidado por la auténtica calentura original que solo las noches de su invierno eran capaces de interpretar. Ella cambiaba el sol, las playas y todas las sandías de este hemisferio, por la incomparable privacidad que la noche y la lluvia le brindaban en las calles de las más multitudinaria ciudad.
Seis veces once años después, aún le guarda rencor a la casualidad. No olvidaría jamás la noche en que conoció y dejó a Ian Moose en la misma banca a la que regresaría cada 11 de noviembre solo para notar que su esperanza se había transformado en ingenuidad.
No aprendió de sus errores, como nunca aprendió que 11 es raíz de 121.
En su vida visitó la embajada, y murió con la pesadumbre de quien que arrastrando una carro en subida, éste desea ir en bajada.
Cultura Sofista
sábado, 1 de marzo de 2008
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