martes, 14 de diciembre de 2010

Tener un árbol, plantar un libro, escribir un hijo







Pienso, luego existo. Siento, luego soy. Soy y luego lo siento.

En su calidad de sensible, el perverso ser humano ha admitido tener un afecto particular por ciertos valores, por ciertos objetos, ciertos personajes de ficción, inciertas ideas. En mi calidad de insensible, persevero en decir que no creo que se le deba restar valor a los tres fundamentos propios de aquellos animales, animales de los nuestros. Son estos pilares mucho más sólidos que lo sólido en sí mismo, mucho más armoniosos que la música en si, mucho más claros que claros amores, son clamores: el clamor al hogar, el clamor a la vida y el clamor a la lucha.

Por más que hoy la superficialidad y el consumismo pretendan sobreponerse a estos clamores, se sabe que en el fondo de cada cerebro humano están los recuerdos y construcciones personales que nos harán volver, o llegar pues quizás jamás se ha estado en tal estado, a un nivel en que lo banal deja de oscurecer los anhelos auténticos y en que lo material empieza a transofrmase en el camino para llegar a un sentimiento más ingenuo, más inocente y tal vez más puro.

El clamor al hogar, es el clamor a lo propio, a lo que uno pertenece, y a lo que le pertenece a uno, como el perro que era nuestro y de la calle que lo vio nacer. Es clamor a su país, a su cultura, a su lenguaje, a su colegio, a su calle, a su pieza, a su cajón, a su barquito... En tal dimensión yo tengo un árbol, el que quizás sin ideas ni ganas de nada soportó las inverosímiles personficaciones que se le hicieron, soportó el peso de los jóvenes soñadores que también lo quisieron, compartió sin objetivo aparente sus frutos con el archivo de la infancia. Es el árbol compañero, ícono, presente pero lejano y prohibido.

El clamor a la vida es el clamor a los detalles y a lo grandioso que, entre tanta tecnología detestable que sólo satisface la necesidad de dejar de sentirnos nosotros mismos, de a poco dejamos de percibir, incluso de considerar. Hoy es un clamor de película, como si fuera ficción, como si no existiera tal, o cual...mal, mal. Es el clamor a la música, a la ficción, a la creatividad, a lo eterno. Y aquí, yo planto un libro, el que ya lo conoció todo, pero cuyos frutos, desechos y monóxido carbónico debe compartir. ¿Se le llama historia? ¿Ciencia? ¿Filosofía? ¿Conocimiento? No, si tuviera que llamarle, le llamaría Primavera. No, poesía. Pero no se llama, es, y es la vida.

Y el clamor a la lucha es la apropiación inteligente de la indignación, que cuando fuerte, es una fuerte lucha; que cuando débil, es una debilucha. La indignación ante la estupidez, ante la soberbia, ante la mentira, ante el egoísmo, ante la omisión, ante la hipocresía, ante la sinvergüenzura, ante el criminal de las ideas y el traidor de la confianza, esa misma, no inspira odio hacia sus sujetos y objetos, inspira clamor hacia su predicado y hacia el camino para llegar a aquel, Raquel. Entonces, escribo un hijo, y espero jamás dejar de hacerlo.

"Amo la humanidad, lo que me revienta es la gente" Quino, a través de Susanita.

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