Por aquellas tardes en que intentaba lograr algún grado de espontaneidad satisfactoria, en las que dejaba de lado la preocupación no por los problemas sino que por sus respectivas soluciones prácticas y efectivas, caminaba relajadamente por las poco agraciadas veredas de la capital imaginando que podrían perfectamente ser como las de mi ciudad natal. Algunas veces con nieve, otras llenas de hojas vegetales que no olvidan variedad alguna, sin exceso de desechos plásticos, sin gente.
Ahí, o allá, era cuando más solía lograr mi propio elogio humorístico. Entre la risa y la angustia descubría cuán agradable era la compañía de quien más cercano yo sentía por esos tiempos, a quien las distancias no le eran impedimento para compartir un interés absoluto por mis problemas, pero mucho más que eso, mis ideas.
Cultura Sofista
jueves, 31 de enero de 2008
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