sábado, 30 de julio de 2022

Rosas y zorras

Antes de conocer a una persona, esa persona no tiene nombre, no tiene rostro, no tiene rastro.

De eso hablaba el principito. De la construcción de vínculos entre personas. De la voluntad de ver a alguien como única en un mundo lleno de rosas. De reconocer en otra persona un espacio para rondar con permiso, con propiedad, con plicidad.

Ahí es donde se equivoca la historia de la vejación. Ser ordinaria, ser cualquiera, no es tener una conducta moral o sexual reprochable. Es ser incapaz de entrar en otra conciencia. Incapaz de dejar huella. No en la historia, sino en la historia de alguien que ya tiene domicilio en la tuya. Incapacidad de ser domesticado, como diría el zorro. Incapacidad de ser una zorra, que, claro, para la historia de la vejación vendría a ser lo mismo.

Aquí no se trata de ser salvaje. No se domestica al sumiso, al subordinado. Se domestica al elegido. Así que es, más bien, ser inelegible. Una oveja sin lana, marginada de la historia de la ovejación.

Rosas o zorras, el tema es no ser cualquiera. Porque cualquiera quiere, cualquiera siente, cualquiera piensa, cualquiera culea, cualquiera ríe, cualquiera habla.

Pero hoy escribo solo para ti.

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