Cultura Sofista
sábado, 16 de julio de 2016
Otra cosa es con guitarra
Puedo aceptar ciertas cosas, como que en el invierno de los placeres una sonrisa se parece mucho al amor, y cuando se aleja, el dolor se parece mucho a la desgracia. Y da rabia no poder sentirse un desgraciado libremente. Da rabia tener que entender que uno está exagerando, que tiene que controlarse, que tiene que ir a comprarse un kilo de altura de miras. Pero está tan cara.
Puedo aceptar también que ya me cuesta creer esto de las coincidencias. Yo nunca he creído en las coincidencias, pero esta me convenía. Era mejor creer que el problema era de las circunstancias. Que este quería viajar, que este otro se quería demasiado, que ese de allá era muy joven, que ese de acá se demoró mucho y que la cacha'e la espada y la teta'e la guagua. Pero no, no son coincidencias. Por quién me toman, si ya no es 6 de septiembre.
Lo que pasa es que me voy cansando de ahorrar en la puta cuenta de la sensatez, que tiene menos capitalización individual que una AFP. ¿Quién dijo que la prudencia estaba pagando? Que lo traigan al sorete ese o a la reverenda y que se haga cargo. ¿De qué sirve la cordura, la planificación? ¿Dé que miérda -sí, así con tilde- sirve la razón? Yo he tenido la razón toda la vida, y tengo el lomo desgastado de tanto sobajeo. "Es que ya lo decía yo". ¿Y a quién chucha hace feliz tener la razón? Si es muy fácil predecir miserias en la infertilidad crónica. Y es más fácil aún encontrar cobardes en la hegemonía del antojo.
Entonces el problema no eres tú, ¿ves?. No es tu complejo de tren, ni tu compasión autodeterminada, ni la suplantación de la empatía, ni la crítica rapidez con que se vuelan las páginas de esta novela negra, amarilla y tan efímera en la cancha de la realidad como indeleble en la del autoestima; el problema es la falta de convicción que tiene la resignación.
Es cierto, la línea entre el optimismo y la ingenuidad y la imbecilidad tiene un grosor de un milímetro a la menos doce; al igual que la que divide la determinación, con la testarudez y la obsesión. ¿Pero quién es quién para decir quién es quién? Y es que es re fácil andar dando consejos cuando no se calza treinta y siete, y es muy sencillo hablar de decisiones cuando gobierna el privilegio. No, señores, no me hablen de verdades cuando se trata de prejuicios; y, definitivamente, no me hablen de análisis cuando se trata de arbitrio.
A pesar de todo, lo único relevante es qué es lo que está en nuestras manos, el resto es farándula, así que piano a piano aprendo a tocar guitarra, porque las berenjenas se digieren mejor como arpegio, los eufemismos duelen menos como acorde, y el silencio no se escucha en ningún traste. No es fácil, pero es un camino.
Otra cosa es con guitarra.
viernes, 3 de junio de 2016
Como las berenjenas
Una vez lo invitó a comer y le hizo berenjenas fritas con acompañamiento, el suyo. Él dijo que estaban muy buenas, que le gustaban.
Al tiempo se sinceró y le confesó que nunca le habían gustado las berenjenas. Ni el acompañamiento. Así entendió, por fin, el sentido de la expresión.
Esa noche actualizó su estado en Facebook: "Aquí estoy, como las berenjenas".
jueves, 5 de mayo de 2016
No me importa
Así como Redolés no tiene, a mí no me importa. Porque cuando a uno no le importa, entonces no tiene para qué decir que no le importa, así, al decirlo se está demostrando que en realidad sí importa.
Sin embargo, como el silencio otorga, si no digo que no me importa ustedes van a pensar que me importa, por lo que habría que aclarar que no me importa. Aunque preocuparme de que se piense que me importa o que no me importa es nuevamente un indicador de que me importa, por lo que no habría necesidad de decir que me importa. Es más, existe la necesidad de no decir que no me importa.
Pero en realidad, no me importa.