QUIERO conocer al enano. Lo he buscado por tantos lugares sin tener mayor suerte, lo busqué donde lo esuché, en el auditorio; en el lugar donde habló, en el oratorio; en el lugar en que observó, en el observatorio; en el lugar en que durmió, en el dormitorio; en el lugar donde escribió, en el escritorio; en el lugar donde laburó, en el laboratorio; y en el lugar en que supuse que debía estar, el supositorio.
Lo he esperado tanto, tanto que recién creí encontrarlo cuando pasé frente al espejo del salón principal, por el pelo que ha caído, el peso desvanecido, las vértebras que he perdido, las arrugas que he ganado, las cataratas que he adqurido, los granos que he contado y los bellos que han salido. A estas alturas, es a estas bajezas.
Incluso he tratado de engañarlo haciéndole pensar que no estoy mientras me escondo entre las montañas de ropa y escombros que hay por todo el piso del vivitorio o velatorio para ser más exactos, pero de algún modo siente mi presencia pues no aparece, no se asoma, no se acerca.
Este enano desgraciado lleva años merodeando por mi futuro, de modo que cuando yo llego a vivirlo ya está todo alterado. Se ha llevado mis cosas, las ha cambiado de lugar, ha estropeado artefactos, ha interfiererido las mentes, ha atrasado relojes, ha cancelado eventos, ha inventado sucesos, ha borrado recuerdos, se ha metido en mis asuntos y ha tomado cartas que nadie jamás le ha enviado.
Nunca lo he visto realmente, pero sé que tiene aspecto humanoide: mide dos y veinte y doscientos milímetros, según sea su estado anímico; es verde, rosáceo, blanco o naranjo, según la temperatura en el oeste; tiene uno, dos o tres ojos, según el propósito que se haya propuesto; tiene bello donde los humanos no y tiene feo donde los humanos tampoco; es completamente calvo y su cabeza es desproporcionadamente grande con el resto del cuerpo, incluso con las orejas, lo mismo ocurre con sus manos y con sus pies.
A mis ochenta años aún me sorprendo de los hábitos que adoptó. Increíbles, impensados e irrisorios de acuerdo a su imagen y capacidad. Simuló la habilidad del que lee, su lección; imitó la pulcritud del que ora, su oración; entonó los ritmos del que canta, su canción; y proyectó el futuro del que nace, su nación; copió lo que observa a su paso, su pasión; recicló todo lo que come, su comisión; se llevó todo lo que trajo, su traición; sin compartir si quiera un poco, su poción; nivelóse a las mentes más lesas, su lesión; actuó con exagerada prisa, su prisión; escogió lo mejor de cada raza, su ración; tergiversó todo lo que yo vi, su visión y esforzóse por apoderarse de mí, su misión.
A pasos de la muerte, aún no me decido si continuar en su búsqueda aunque fallezca en la intranquilidad de jamás haberlo conocido o si aceptar que lo conocí hace años, desde que me empecé a hacer cargo de mis acciones independizándome de la infancia, desde que asumí que Torcuato era mi nombre y que debía responder por él, en otras palabras, que conozco a Torcuato, el enano vil que me hizo vivir tantas decepciones pero que murió tranquilo habiendo aprendido de cada dolor infringido porque conmigo los sufrió, así como conmigo nació.
Cultura Sofista
jueves, 14 de abril de 2011
El Enano
sábado, 9 de abril de 2011
Damas y caballeros
MIRAS a tu alrededor y te das cuenta que no estás solo, sin embargo, nadie puede ayudarte. Es así, son las reglas del juego y no se supone que deba ser de otro modo.
¿Falta creatividad? Piensas que sí ¿Será que siempre existirá una posibilidad favorable? Y te quedas esperando a que llegue. Y mueres arrollado por una dama no tan dama, quien salvaba su propio pellejo de un caballero no tan caballero.
Parece no importarte, pues a los pocos minutos nuevamente estás esperando tu oportunidad con el coraje y el corazón de león que sólo alguien como tú, y jamás ninguna dama ni caballero ni torre ni alfil ni mucho menos un rey, podría tener.
Hasta que llegó el día en que, quizás a causa del descuido, de la inexperiencia o de la propia astucia y osadía, lo miraste de frente y, sin importar lo grandioso que se viera ni lo ínfimo que te vieras, tuvo que dejarse caer, rendido a tus pies.
No ganaste mucho, desde entonces sigues siendo arrollado por quien sea que se te cruce en el camino, aún así, hoy sabes de lo que eres capaz y el recuerdo y la seguridad no se los roba ni el abusador más vil de la comarca.