Vi llover, vi un pájaro armar su nido, vi el nítido entendimiento en los ojos de un ternero, vi la autenticidad del afecto detrás de un abrazo urgente, sentí el barro de un río desplazarse hasta las rodillas, sentí el miedo escaparse sin el futuro de nadie, probé el amargo de la poesía huérfana, viví la irrelevancia del demasiado tarde.
Pero todavía le hablo, porque su indiferente realidad es menos impregnable que el recuerdo amable que me conversa en su nombre.
Cultura Sofista
martes, 28 de diciembre de 2021
Todavía
domingo, 21 de noviembre de 2021
Soñar no es gratis
SOÑAR es volar sin paracaídas, es nadar sin salvavidas. Es disfrutar la miopía de los irresponsables, es abrazar la ignorancia de los incautos, es sentir la libertad de los desquiciados.
De vez en cuando, no está mal soltar todo y largarse. Abandonar las especulaciones y entregarse a la ilusión. Vivir como un niño, respirar esperanza y saber que nada malo va a pasar porque es un sueño y los sueños, sueños son.
Aunque sepamos que después haya que pagar los platos rotos, las tazas rotas y las aurículas rotas. Aunque nos conste que la cruel veleidad de la fortuna nos dará más nudos para tragar que lianas para saltar.
Y ahí estaremos, los gendarmes de las emociones, tratando de hacer origamis de sombras en nuestra cárcel de costillas. Advirtiendo cenizas infértiles, orgullosos de la absurda sensatez de tener siempre la razón.
Pero el sueño se hace a mano y sin permiso porque en la inmensidad del mundo, la espontaneidad no reconoce autoridad.
Para qué ser montaña, pudiendo ser brisa volcánica. Si al final del siglo ninguno sobrevive al desprecio del olvido y nadie llega a ser la leyenda que inspira el canto de las cigarras.
Las grietas se abren para ser refugio de más ingenuidades y los derrumbes se desprenden para ser flanco inquebrantable de las displicencias.
Soñar no es gratis, pero siempre va a valer la pena pagar el costo de ser gigante por un día.
De vez en cuando, no está mal soltar todo y largarse. Abandonar las especulaciones y entregarse a la ilusión. Vivir como un niño, respirar esperanza y saber que nada malo va a pasar porque es un sueño y los sueños, sueños son.
Aunque sepamos que después haya que pagar los platos rotos, las tazas rotas y las aurículas rotas. Aunque nos conste que la cruel veleidad de la fortuna nos dará más nudos para tragar que lianas para saltar.
Y ahí estaremos, los gendarmes de las emociones, tratando de hacer origamis de sombras en nuestra cárcel de costillas. Advirtiendo cenizas infértiles, orgullosos de la absurda sensatez de tener siempre la razón.
Pero el sueño se hace a mano y sin permiso porque en la inmensidad del mundo, la espontaneidad no reconoce autoridad.
Para qué ser montaña, pudiendo ser brisa volcánica. Si al final del siglo ninguno sobrevive al desprecio del olvido y nadie llega a ser la leyenda que inspira el canto de las cigarras.
Las grietas se abren para ser refugio de más ingenuidades y los derrumbes se desprenden para ser flanco inquebrantable de las displicencias.
Soñar no es gratis, pero siempre va a valer la pena pagar el costo de ser gigante por un día.
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