Cultura Sofista
domingo, 15 de febrero de 2015
Febrero es la madre del orfebre
ESTOY ahí, aunque no lo percibas ahí estoy, entre la crema y el olor a humo de velas recién apagadas habito. Me asomo en la pieza detrás del barullo, asecho tu sueño aunque aún a escondidas y a tu libido muerta exito. Un puente colgante de obsequios y escenas entre tú y tus incontables silencios genero. Con abrazos invisibles, entre jóvenes y viejos, a tu mirada insondable animo. Palabras de ternura tan mudas como envidiadas a través de los manjares modulo. El tiempo que transita entre la cháchara monótona, la fría certidumbre y la contensión necesaria calculo. Con forzada naturalidad, entrenada fortaleza y bromas de aliento termino.
Ya todos se han ido, incluso tú, tus fantasmas y tus rizos. Sólo quedan las cosas, la casa y los hitos. Y yo, tan pasajero como anecdótico, al igual que las veintisiete mil palabras, los doscientos setenta saludos y los dos mil setecientos pasos que di en ese lugar.
Me acerco a la mesa y los trescientos veinte grados de crema y bizcocho ultimo, esperando cambiar el sabor de la autocompasión que viene a golpear mi puerta luego de que tu mano nunca lo hizo. No lo logra el manjar, no lo logra la harina, pero de satisfecha insatisfacción vomito. Espero en cuclillas el brebaje hecho carne que neutralice el ph del pasado y que la acidez de las decepciones limite. Y me sigo comiendo la misma fortuna que algún día tu boca -más sonriente y más soñadora, pero igualmente plateada-, alegremente mascara.
***
Estoy ahí, aunque no lo percibas ahí estoy, ahí mismo donde tu juventud algo más acompañada habitó. Aquella a la que una versión más joven de mi mismo, sin esmero ni ciencia, simplemente exitó. A quien tantos obsequios e ideas, un cariño generó y que abrazos más visibles, por un tiempo, animó. Ese alguien que, igualmente, las palabras de ternura moduló y el tiempo transitable entre la monotonía, certidumbre y despedida calculó. Y que con forzada naturalidad, entrenada fortaleza y mensajes de aliento terminó.
Cuando ya todos se fueron, sobre todo tú, tus fantasmas y tus rizos, sólo quedaron las cosas, la casa y los hitos. Y yo, tan pasajero como lo anecdótico que fue que eras tú, y no yo, el pasajero.
Los trescientos veinte grados, de libertad esta vez, la paciencia ultimó. De anhelo, osadía, cólera, ímpetu y arrebato, mi cerebro vomitó. El futuro limité, llamando al polvo que, mucho antes que una mano golpee la puerta, esta historia mascará.
***
Estoy ahí, aunque no lo percibas ahí estoy. Entre julio y febrero ya no es costumbre, es hábito. Introspectivamente observo y no es azar, no es derrota, no es nada, es éxito. Aquí estamos todos, de hecho, mis días, mis letras, mi espacio, mi especie, mi género. Un lugar reservado, saludo certificado, un abrazo insondable de ánimo. Ternura, envidia y manjar con pasado, bienvenido el nuevo módulo. Sin cháchara monótona, sin ningún tipo de certidumbre, sin normas, sin restricciones, sin expectativas, sin cálculo. Sin forzada naturalidad, sin entrenada fortaleza, sin bromas de aliento y sin término.
Ni fantasmas ni rizos ni cosas ni casas ni hitos. Sólo pasajes y anécdotas.
A trescientos veinte grados estoy, tras un bizcocho de crema que sé que no será el último, contigo sentado algo lejos, pero escuchando. Con insatisfecha satisfacción y sin vómito. A sabiendas de quién es el brebaje, quién es carne, y que la acidez de la decepción tiene límite. Y me sigo comiendo la misma fortuna, tan sonriente, soñadora, dorada, plateada, cobriza y brillante como lo es tu nombre, tu sello, tu recuerdo, tu máscara.
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