lunes, 7 de abril de 2014

U.L.

LOS CLICHÉS son casi tan sabios como burlescos. Subvalorados por los intelectualoides, sobrevalorados por los superficiales y valorados por los que viven usando los ojos para lo que son, para ver, para aprender, y no pierden el tiempo usándolos para lo que no son, para enamorarse, para odiar, para llorar.


Aún con todo eso, los clichés no son suficientes ni en un ocho coma cero tres por ciento para describir aquello.

Aquello que es tan pesado como algo podría serlo y en todos los sentidos en que algo puede serlo. Que agota, que roba, que destruye, que altera, que enrabia, que corre, que domina, que envalentona, que pervierte, que espanta, que cansa.
Muele.

Aquello inmortal, imperecedero, eterno transeúnte inadecuado, nunca bienvenido, vecino indeseado, que luego de despistarle y perderlo de vista, encuentra un camino de vuelta. Que persigue, que insiste, que acosa, que insiste, que perturba, que insiste, que insiste, que insiste. Y no pocas veces.
Suele.

Aquello, que luego del tiempo -sí, ese mismo tiempo de los clichés-, se ve pequeño, nebuloso, pixelado, pero se ve. Pica, rasguña, enfría, convoca y engaña. Un inicuo disfrazado de inocuo (otro cliché), un futuro negro disfrazado de pasado gris, un tormento disfrazado de libertad. Astuto. Tan astuto como uno mismo. Y en su futilidad, habría que agitarle la mano para que se desvanezca.
Vuele.

Aquello, que hecho letra, aún te mira desde el grafito. Ahí, desglosado, descrito, deshecho, destrabado, descompuesto, destapado, descubierto, desesperado y deshonrado, aún observa, habla, sonríe, confabula, incide, existe.
Huele.

Aquello. No aquello otro, sino aquello que te hace otro en función de ese otro, que es otro porque ahora eres otro. Aquello que quizás no existiría si no fuese tan puntual, tan preciso, tan propio. Enseña, acompaña, completa.
Duele.

Continuará...