sábado, 10 de agosto de 2013

Relato de un esófago

FUE ahí cuando empecé a morir, por el tiempo en que volví a las dos cucharaditas y media de azúcar en el té y a la leche condensada. No fue por la cursilería que es la hipérbole de morir por haber perdido a alguien, sino porque la sosería de aquello le exigió a la vida algo más de dulzura que unas notas, que unas uñas y unas letras; y tengo diabetes.

Hubo un tiempo en que las cosas eran más sencillas, tanto así, que se podían describir con refranes y retruécanos. Fui de los que creyó que simplemente era cosa de comer para vivir y no vivir para comer, pero llegó el tiempo del no comer para vivir -como aquel obsesivo primo hermano del hijo del padre de la madre de mi hermana, que por ser consistente con su vida palindrómica no comió más que ananá y eme y eme-, y el de comer para no vivir, después de todo, por la boca muere el pez, escuché también por ahí una vez.

Y es que no es trivial para el común de la gente lo que uno come, lo que uno bebe, lo que uno ingiere, de ahí debe venir la injerencia. Pero tanto más que lo anterior, importa lo que no se come, lo que no se bebe, lo que no se ingiere. Es una tendencia que ya superó al horóscopo, al tarot y al iching. Dime lo que comes y te diré quien eres. ¿Comes caviar? Eres cuico. ¿Brócoli? Masoquista. ¿Guaguas? Comunista. ¿Coca Light? Gordo. ¿Merengue? Feliz. ¿Pasas? Lo recuerdas. ¿Copete? Lo olvidaste. ¿No comes carne? Hippie. ¿Sal? Hipertenso. ¿Agua? Costino. ¿Betarraga? Mañoso. ¿Cocacola? Pasado a rollo. ¿Cabrohidratos? Cursi. ¿Copete? Fome. ¿Azúcar? Diabético. ¿O no?

¿Importa como llegamos a esto? ¿Importa como como? Llegamos como llegamos y como como como. No se preocupen de como coma y punto, y coma, pues sigo; comiendo. Fructosa, lactosa, sacarosa, glucosa, maltosa, grandiosa, sabrosa y destroza.

Continuará...