domingo, 30 de enero de 2011

Su realismo, mi realidad






Así como las hormigas de Dalí jamás se irían de sus sueños, las mías no se alejarán de mi recuerdo ni mucho menos serán exiliadas.

Ahí están cargando ordenadamente el dolor, el cariño, la entretención, la esperanza, la amistad y el clamor, de los más puros. Ahí van doblando la esquina, sobre la gran piedra pintada de blanco que aplasta las piedrecillas de condena lúdica bajo el amparo de Moisés Mussa; ahí están en la tina y en la ducha, conectadas, acechantes, espectantes; ahí las veo bajando por los tejados y luego los árboles, luego los pastos y luego los brazos, emocionadas, desatando nudos que pensaban que ya no volvían; ahí se multiplican, maravillosas, únicas; por allá van cautelosas, valientes, maternas y fieles.

Ellas fueron mi Elvisivninvisivle, ¿Elvis invisible?. Fotos, cartas, carteles, dibujos, paneles, recortes, canciones y libros. Así como también fueron el portal de la madurez y de la responsabilidad, consecuencia de sus aventuras y pasatiempos. Recibieron odios, pero a quién jamás le importó: no a los internos ni a los externos, pues recibieron por sobretodo una prioridad incalculable, inocente e inesperada.

Mis hormigas rompen prejuicios, se pasean por mi juventud y coronan a una época imprescindible e intranzable. Pero mis hormigas también me miran con ojitos tristes, temerosos ante la presencia del legado y es cuando el recuerdo se sale de su encubadora, de su cuna, de su lugar y juega a ser presente, regalando sonrisas, miradas perdidas, más nudos y corroborando que once años no son, como tampoco lo serán treinta, suficientes.

¿Y por qué, hormigas, tomaron ese bus? ¿Cómo, hormigas, tomaron ese bus?

Que me lo vengan a decir a la cara, aquellos que no tienen la respuesta, que se atrevan a decirlo. Que se salgan de su escondite los que especulan de vacuidad y me enfrenten.

¡A ver cómo les va con mi realidad!

Continuará...